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Contexto

La dimensión sagrada, simbólica y mística del agua

P. Alfredo Ferro Medina, s.j., Agosto 10 de 2006, Este artículo ha sido consultado 100393 veces

P. Alfredo Ferro Medina, s.j.1

 

El agua posee diversos tipos de valor: biológico, como fundamento de vida; social, por ser un bien que exige control social, simbólico y espiritual, por ser considerado un elemento vital y sagrado en las diversas culturas y paisajístico y turístico, por su belleza; política y de poder de acuerdo al manejo y al control que se ejerza sobre ella; poética y artística, que se refleja en las canciones y poesías; de salud, por ser fundamental para la vida y por ello mismo no debe ser contaminada; ecológica, ya que todas las formas de vida tiene derecho a ella.  

El agua posee un fuerte simbolismo y una dimensión sagrada en las culturas desde varias dimensiones y significados de la vida humana. En todas las religiones y tradiciones espirituales, el agua tiene un rico significado que sobrepasa su realidad material. El agua simboliza fundamentalmente la vida. En la mayoría de los mitos de la creación del mundo, el agua representa la fuente de vida y de energía divina de la fecundidad de la tierra y de los seres vivos. Las grandes religiones y caminos espirituales expresan su encanto por las aguas a través de los ritos cósmicos, de iniciación y de purificación.  

En las grandes culturas el agua tiene diversos significados. Para los egipcios el agua está estrechamente ligada a la idea de la reanimación. Para los griegos el agua tiene el doble significado de vida y muerte. Pueblos asiáticos y africanos la tienen como parte de las divinidades; las fuentes son sagradas o veneradas y se usan como elemento purificador. Una de las diosas más conocidas en las religiones afro es la diosa Iemanja, que para los creyentes es la reina y la diosa de las aguas, expresión de la presencia divina. 

En la mayoría de las religiones el agua como don sagrado tiene un significado de purificación, renovación, liberación, fertilidad y abundancia. El elemento agua está presente, santificando, sacralizando, inte­riorizando credos y culturas ancestrales. En general en las religiones, el agua es utilizada en los ritos de iniciación o de bautismo. 

El agua pertenece al patrimonio simbólico de todas las culturas y religiones. En todo el planeta el ser humano proyecta sobre el agua la realización de sus esperanzas y temores, la promesa de la vida y la amenaza de la muerte. El agua carga todo esto; sequías e inundaciones son señales de la dificultad de controlar el poder de agua.  

Para muchos pueblos indígenas, el agua es un don de las divinidades, es morada de los espíritus; para estos pueblos, el agua es sagrada; muchas de sus tradiciones afirman en sus mitos fundantes que el ser humano fue hecho o creado del agua, o bien, salió del agua para la tierra, a fin de cuidar de la naturaleza. Otras tradiciones creen que el agua es el punto de relación entre el cielo y la tierra; lo humano y lo divino. 

El cristianismo en el encuentro con otras culturas y tradiciones fue recogiendo una gran riqueza de los ritos y creencias vinculadas al agua. Los más antiguos templos cristianos contenían una fuente de agua o una piscina interna. En el santuario del templo de Jerusalén salía una fuente simbolizando la vida dada por Dios y las Iglesias eran construidas en torno al agua del bautismo y de la piedra de la tumba de los mártires sobre el cual se celebraba la cena del Señor. Para algunas de las Iglesias pentecos­tales, el río en que los fieles son bautizados se constituye en un verdadero templo. 

Así como en las religiones orientales, muchos santuarios de peregrinación cristiana y grandes movimientos de fe nacieron vinculados a las fuentes, a los ríos y a los lagos. 

Una relación de escucha amorosa y de convivencia armoniosa con el agua, no la vamos a encontrar en el sistema capitalista y neoliberal actual, y sí, en las grandes tradiciones religiosas y en las culturas antiguas con sus escritos y ritos.  

La mística y la espiritualidad del agua tienen su motivación más profunda en la defensa de la vida; ya que no existe vida sin agua y todas las formas de vida dependen de ella. De esta forma, el agua adquiere un valor vital y sagrado: bien común, patrimonio de la humanidad y derecho de todas y todos. Nadie por lo tanto puede atribuirse el derecho de propiedad del agua, impidiendo el acceso del agua a los humanos y en general a todos los seres vivos. El agua es un don de Dios para todos los seres vivos más allá de su valor en sí. 

Tenemos un gran desafío; las tradiciones religiosas y espirituales desde la conciencia profunda nos presentan el agua como la propia matriz, la propia raíz de la vida o su núcleo central; luego es una tragedia que las hijas y los hijos del agua, cual fieras salvajes nos lancemos a devorar nuestra propia fuente materna.  

Las fuentes de la vida están amenazadas; la muerte de la tierra, del aire y de las aguas será nuestra propia muerte; es necesario por ello una profunda conversión espiritual que se manifiesta en cambios y transformaciones en nuestra mentalidad, costumbres y modos de vivir tanto en lo personal, lo social, como en lo político. 

Nuestra tradición teológica considera el universo como el templo de Dios; todo en él es sagrado; por ello mismo, la problemática ecológica y ambiental en si misma, como la del agua tiene que ver con la espiritualidad.  

La comunión con el universo nos debe llevar a una actitud de profundo respeto con la “lógica de la casa” (ecología), desde la ecología interna que es la unidad profunda de la persona, hasta el sentir que todas las cosas hacen parte de mi propio cuerpo si estoy en comunión con ellas. 

Gratuidad si, como la de un nacimiento de agua que se verte en la quebrada y en el rió, que va al mar y que se convierte en nube.  

 

La defensa del agua como patrimonio de los pueblos

Las sociedades humanas tienen el poder de reducir las presiones que estamos ejerciendo sobre los recursos naturales del planeta. Estamos gastando más de lo que tenemos: capital natural y bienestar humano. Para lograrlo, sin embargo, se requieren “cambios radicales” en la manera en que se trata a la naturaleza “en todos los niveles de la toma de decisiones”, y nuevas formas de cooperación entre gobiernos, empresas y sociedad1. 

Es urgente y necesario defender el agua como un patrimonio de toda la humanidad, mediante acciones especificas, leyes y políticas públicas que impidan su privatización y que castiguen a quienes contaminan y destruyen la naturaleza. Por lo mismo, debemos cambiar el concepto de recurso hídrico por el de patrimonio, reconociendo el agua como un de­recho. 

Es necesario introducir en el país la nueva cultura del agua, entendida como el resultado de un conjunto de dimensiones relacionadas con distintos niveles de la per­sonalidad (valores, creen­cias, conocimientos, actitudes, sentimientos y comportamientos) y que se expresan en forma de opiniones que emite la comunidad sobre este tema. Dichas opiniones varían en función de las características demográficas de la población (edad, sexo, nivel de estudios), así como de variables sociales y estructurales (ocupación, niveles de renta), de situación (hábitat, entorno y lugar de residencia o ideológicas (conciencia ecológica, ideología política), de tal modo que puedan distinguirse grupos diversos respecto a la cultura del agua2.  

El teólogo brasileño Leonardo Boff plantea que alrededor del agua hay que promover un pacto social mundial que no existe. Luchar de forma estrechamente articulada contra la privatización. Hay una corrida frenética de las transnacionales hacia la privatización, porque saben que quien controla el agua controla la vida y quien controla la vida tiene el poder. Debemos impedir que el agua entre en el mercado como un producto más. Debemos confrontar al Banco Mundial, al Fondo Monetario Internacional, quienes piden la privatización de ese vital elemento como condición para asignar créditos a los países más débiles. Tenemos que imitar a los indígenas bolivianos que hicieron correr a las transna­cionales francesas3.  

La defensa de las aguas como derecho universal y como un bien de la humanidad toda, depende de la organización de la sociedad que debería realizar esta acción como defensa de la vida y no como la posibilidad de que algunos pocos hagan negocio con ella.

Se preserva lo que se ama y solo se ama lo que se conoce; esto nos lleva naturalmente a entender de otro modo la necesidad imperiosa de una conciencia y una educación ambiental, como la importancia de leyes que acaben con la impunidad de aquellos que destruyen la naturaleza.

¿Cómo enfrentar las hidromafias y evitar las guerras por agua? En primer lugar, demoliendo la comprensión materialista que sub­yace a la lógica de las privati­zaciones del agua. Ésta, al considerar todo mercancía, destruye cualquier sentimiento ético, ecológico y espiritual ligado directamente al agua. En segundo lugar, rescatando el sentido originario del agua como matriz de todas las formas de vida sobre la Tierra. El agua, igual que la vida, jamás debe ser convertida en mercancía. En tercer lugar, creando –co­mo muchos ya están proponiendo– la conciencia de que hay que hacer un necesario pacto mundial sobre el tema del agua ya que todo el mundo la necesita para vivir. Finalmente, en nombre de esta conciencia planetaria no hay que conceder ningún derecho a privatizar el agua. Ella debe ser excluida de las negociaciones comerciales a nivel mundial4. 

La crisis de agua potable es tan aguda, especialmente para algunos países que nos exige una transformación radical en la conservación del agua, en el rescate del agua que se desperdicia y en la regeneración del agua contaminada. Siendo la crisis planetaria exige una solución planetaria a corto plazo. 

De otro lado, no podemos mantener la concepción ingenua de que siendo el agua don de Dios, no faltará nunca y tampoco podemos aceptar la tendencia dominante materialista y utilitarista de ver el agua predominantemente como un bien escaso o un bien económico y por lo tanto costoso.

Nuestra conciencia debe despertarse ante el drama humano y enfrentarlo desde una postura ética de corresponsabilidad, de cooperación universal o solidariedad y de cuidado. Siendo el agua un bien común global la garantía de su acceso con calidad para todas y todos es de responsabilidad tanto individual como colectiva, ojalá con una gerencia democrática. 

El agua pertenece a la vida y corresponde a la humanidad asegurar su gestión colectiva en el sentido de una utilización, conservación y protección con el respeto del derecho a la vida para todos los seres humanos y las otras especies vivientes, como también para las generaciones futuras5.

Si bien es cierto que la participación comunitaria ha venido aumentando en los procesos de agua potable y saneamiento básico, aún falta mucho por generar en las comunidades la suficiente capacidad de gestión, que garantice el funcionamiento y sostenibilidad de los sistemas, más aún cuando son ellas mismas quienes deben asumir la inmensa responsabilidad de administrarlos. Es necesario superar las concepciones tradicionales de desarrollo, donde las comunidades aún participan como la mano de obra, para disminuir costos. La participación comunitaria se debe dar para analizar, hacer y decidir. Por lo tanto, las actividades actualmente incluyen acciones de información, educación, consulta, fortalecimiento de la iniciativa, fiscalización, concertación, tomas de decisiones y gestión en todas las fases del proyecto. La participación comunitaria va más allá de simplemente informarse acerca de los planes de desarrollo. Igualmente va más allá de solo tomar en cuenta los conocimientos de la comunidad local y sus prioridades. Significa que la comunidad, los planificadores y el personal, celebran un diálogo donde las prioridades y las ideas de la comunidad ayudan a configurar los proyectos. Este proceso puede dar lugar a una participación donde la comunidad comparte autoridad y verdadero poder en todo el ciclo de desarrollo. En la participación comunitaria el concepto de desarrollo es un proceso basado en el hombre y no en los objetos, y considera a las comunidades como gestoras de su propio desarrollo6.

___________________

[1] Instituto Mayor Campesino (IMCA). C.e: imcabuga@uniweb.net.co

[1] Universidad de Antioquia. Revista Dbts. No. 40. Alerta por el deterioro ecológico del planeta.

[2] Marín Ramírez Rodrigo. “El agua un derecho intransferible”. Bogotá: Kimpres, Lltda. Noviembre de 2004, pág. 103.

[3]  Entrevista a Leonardo Boff, “Quien controla el agua, controla la vida, controla el poder”, Sergio Ferrari, Reproducido de ALTERCOM con fines informativos; 23 de marzo 2005.

[4] Boff, Leonardo, “La Guerra del Agua”. Revista Koinonia

[5] Marín Ramírez Rodrigo. “El agua un derecho intransferible”. Bogotá: Kimpres, Lltda. Noviembre de 2004, pág., 17.

[6] Ibid, Págs., 98,99.

Publicado en Agosto 10 de 2006| Compartir
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